Las grandes Clásicas de ciclismo son carreras de un solo día que se disputan desde hace más de un siglo. Son pruebas que exigen a los ciclistas un extra de resistencia, fuerza, habilidad y estrategia para superar cada uno de los desafíos que plantean sus recorridos, ya sean largas distancias, tramos de pavé, muros empinados o descensos vertiginosos. Y no sólo eso, sino que la suerte también debe estar de tu parte en muchas ocasiones.
Entre las Clásicas más prestigiosas se encuentran los cinco Monumentos: la Milán-San Remo, el Tour de Flandes, la París-Roubaix, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardía.
Estas carreras y otras tienen un gran peso en la historia del ciclismo ya que han formado parte de los inicios competitivos y todas tienes sus particulares características que las hacen únicas. La mística de estas carreras se remonta a épocas pasadas donde el ciclismo más que profesionalizado era un ciclismo de aventura, de épica y de supervivencia. Recorrer 300km con aquellas bicis, con esos culotes y esos maillots de lana era cómo mínimo una proeza.
A esa “mitología ciclista” se le añade otra alegoría más terrenal, la de las historias particulares de cada uno de los ciclistas, esas que elevan a las carreras a la categoría de “CLÁSICA” con mayúsculas.
Es por eso que la mayoría de las carreras suelen ser recordadas cuando los grandes nombres del ciclismo consiguen añadirlas a su palmarés. Porque seamos realistas, no es lo mismo cuando gana una estrella que cuando gana un ciclista desconocido, pese a quien le pese. Evidentemente cualquier ganador es justo merecedor del galardón de la victoria pero cuando realmente transciende en la historia es cuando un gran ciclista del momento gana. Porque los grandes corredores son aquellos que reúnen talento, carisma y ambición para enfrentarse a los mejores y triunfar en las condiciones más duras.
Es verdad que hay otra posibilidad de victoria, la del ciclista menos favorito, el outsider que dicen los modernos o el “anónimo” que prácticamente se mete en una escapada bidón. Esa posibilidad también ocurre alguna vez pero para pasar a la historia ha de ganar a lo grande, de un modo espectacular haciendo una gran gesta, aunque a decir verdad rara vez ocurre ya en el ciclismo actual.
Si nos vamos a las últimas ediciones de Clásicas hemos visto a dos corredores que han demostrado ser dignos herederos de los grandes campeones del pasado: Mathieu van der Poel y Wout van Aert. Estos dos ciclistas, holandés y belga respectivamente, han protagonizado una rivalidad apasionante que ha elevado el nivel y el espectáculo de las carreras a cotas inimaginables. Ambos son capaces de brillar en diferentes terrenos y disciplinas, desde el ciclocross hasta las grandes vueltas por etapas, pasando por las Clásicas de pavé y las de las Ardenas. Pero es en las Clásicas donde han demostrado su verdadero potencial y su rivalidad.
No podemos olvidar a los Pogadcar, Pidcock, Alaphilliphe, Sagan, Kiawtowski, de los que hablaremos en otros post, pero el dúo Van der Poel – Van Aert han llevado al ciclismo al siguiente nivel, y ese nivel no está al alcance de ningún otro.
Van Aert y Van der Poel han logrado cada uno de ellos ganar varios Monumentos y clásicas de gran tradición en los últimos años. El Tour de Flandes, la Milán-San Remo, la Gante-Wevelgem, la París-Roubaix, la Lieja-Bastoña-Lieja, la Amstel Gold Race o la Strade Bianche han visto ganar o subir al podium a uno de estos dos ciclistas en cada edicón de los últimos años. Pero no sólo eso, sino que cuando ellos dos están en carrera son decisivos en el resultado, bien por estar implicados directamente o bien porque condicionan el mismo. Todo el mundo sabe que si estás en la escapada con uno de estos corredores es muy probable que llegues hasta el final, pero ese final quizá no sea el esperado si no tienes un gran sprint.
Estas victorias no solo han supuesto un gran éxito personal para estos corredores, sino también un reconocimiento al valor de las Clásicas como pruebas que exigen lo mejor de cada ciclista. Al ganar estas carreras, Van der Poel y Van Aert han entrado en la historia del ciclismo y han hecho honor a la tradición y al prestigio de las Clásicas. Por eso, podemos afirmar que las grandes Clásicas deben ser ganadas por los grandes corredores, para que sean recordadas no sólo por su tradición sino porque los mejores quieren tenerlas en su palmarés.
Estas carreras son el sueño de muchos ciclistas, que aspiran a inscribir su nombre en el palmarés junto a los grandes campeones del pasado y del presente. Por eso, las Clásicas deben ser ganadas por los grandes corredores, aquellos que tienen la calidad, la ambición y el carisma suficientes para hacer historia.